miércoles, 27 de marzo de 2013

"EL ERIZO CALVO" CUENTO DE LA ESCRITORA CROATA DIANA ROSANDIĆ




Zeljka Lovrencic, Diana Rosandić y el escritor boliviano Manuel Vargas. Bolivia, 2007.



Traducción del croata: Željka Lovrenčić


Y....después del largo invierno, por fin llegó la primavera. El patio más exuberante en el último rincón del pueblo floreció pródigo. Las  laboriosas abejitas con las mariposas, volaban de una flor a otra disfrutando el oloroso y dulce néctar. La enredadera color violeta se trepó por la pared hasta el balcón y el sendero del huerto fue cubierto por diminutas margaritas. El tierno cactus cerca a la entrada echó sus hojas, empinándose; aspiraba llegar a las alturas. Sin embargo, traía descontento e intranquilidad afirmando que era más bello que cualquier otra flor.
- ¿Cómo puedes decir que eres más bonito que la rosa blanca? -  preguntó desafiante la margarita. La campanilla agregó:
- ¡Desde que llegaste te das aires de grandeza!
¡Tú eres una simple planta espinosa! - declaró el narciso amarillo y le dio la espalda. El cactus llenó su pecho y lleno de soberbia dijo:
- ¡Yo no soy una planta espinosa ordinaria! Además, y la rosa tiene espinas. ¡Ya verán cuando florezca!
La rosa blanca no quiso participar en la discusión; eso no estaba a su nivel. Sin embargo escuchó que los cactus no florecen a menudo, pero que su flor es de verdad maravillosa. Ella nunca envidió a nadie y todas las flores le eran igualmente bellas; como ella. Sin embargo, la gente que entraba al patio y aspiraba su olor, decía que ninguna flor en el patio tenía un aroma tan embriagador y fragante, pero nunca quiso alabarse por eso. Además, a ella le parecía que las pequeñas violetas huelen mejor, sólo se encuentran mucho más abajo y no están, como ella, al alcance de la nariz humana. Las violetas, sin embargo afirmaban que la rosa blanca era demasiado modesta y que nadie se podía comparar con ella. Hasta le proclamaron la reina de las flores y querían coronarla, pero la rosa no lo permitió.
-          ¡Yo soy su amiga y no la reina!
- ¡Yo soy el rey, el rey de todas las flores! ¡Verán cuando florezca! ¡Todos se inclinarán delante de mí! - dijo el cactus enojado porque los elogios a la rosa lo ponían nervioso.
La rosa desde hacía días notaba que en el tope del cactus había un brote verde que seguramente florecería mañana o pasado mañana. Le interesaba mucho cómo sería: ¿rojo o quizá rosado? Quizás sea blanco, como ella. Cualquier que sea su color, la flor seguramente será maravillosa. Si este creído cactus fuera por lo menos un poco más sencillo - pensó la rosa blanca y al crepúsculo cerró sus pétalos preparándose para dormir. A su saludo por las buenas noches, contestaron todos menos el sombrío cactus que le sacó su larga y espinosa lengua. Ella suspiró tristemente y agachó la cabeza. Mientras se hundía en el sueño, queriendo consolarla, su amigo, el pequeño caracol, bebió una lágrima de su mejilla blanca.
El otro día, al romper el alba, mientras las flores dormían y la rosa todavía no se había lavado la cara con las gotas del rocío matutino, ocurrió algo terrible.
- ¡Bum! - resonó una fuerte explosión. La diminuta margarita, asustada, recogió sus pétalos. La rosa sacó sus espinas; el narciso casi se cae; la violeta se puso azul; el pensamiento palideció. La campanilla azul sacudió sus campanitas produciendo un ruido terrible y las otras flores empezaron a chillar de miedo. Luego, todos callaron por temor y a la expectativa. 
De repente resonó la voz emocionada del cactus:
- ¡Miren! ¡He florecido! ¡Por primera vez en mi vida he florecido! ¡Miren la maravillosa flor roja, que tengo! ¡Miren lo bonito que soy! ¡A mí hasta se me oye cuando florezco; soy tan especial y único! ¡¿No les decía qué seré el más lindo?!  -  fanfarroneaba y alardeaba estirándose en la punta de los dedos para que todos en el patio pudiesen verlo.
Las flores se voltearon hacia él con curiosidad. Sobre su cabeza en verdad había algo rojo ardiente. La rosa, que era la más alta, se acercó y miró atentamente la flor del cactus. Luego de corta, pero detenida consideración, tristemente bajó sus frondosos hombros diciendo:
- Amigo, lamento tener que decirte que esa flor no es tuya.
- El cactus, inquieto, empezó a dar vueltas.
- ¿Qué no es? ¿Cómo qué no? ¡Tú estás celosa porque he florecido y a ti se te caen los pétalos!
La rosa blanca movió la cabeza:
- No, no estoy celosa. ¡Esto que tienes encima no es una flor sino un globo, rojo y roto!
- ¿Un globo? - se sorprendió el cactus.
- Probablemente algún niño descuidado lo soltó y el globo voló. Voló toda la noche y en la mañana casualmente se topó con una espina tuya y reventó - afirmó la rosa con voz seria.
- Entonces, ¿no florecí? - se entristeció el cactus.
- Lamentablemente no - respondió la rosa compasivamente.
En el patio comenzó el alboroto. Las flores, que casi con ansiedad esperaron la desgracia del cactus, empezaron a reírse y a burlarse de él. El avergonzado cactus empezó a llorar.  
- No lo ofendan - pidió la rosa en voz alta y cuando todos se tranquilizaron, dijo: - Ahora al cactus no le será fácil. Veo que la goma del balón cubrió todo su brote. El brote debajo de ese pedazo de goma elástica quedará sin oxígeno, sin sol y humedad; se pudrirá y no florecerá.
-          ¿Qué dices? - se asustó el cactus.
- Desgraciadamente, la verdad. Considéralo tú mismo - respondió la rosa. El cactus se entristeció porque sabía que la rosa decía la verdad. Porque, la goma rota empezaba a ahogar su brote; sensible y tierno. Aunque el globo fuese ligero, para la flor del cactus era una carga muy pesada y él se dio cuenta que, si hasta mañana no se libraba de esa peste de goma, su primer brote se marchitará para siempre y ¿quién sabe si alguna vez de nuevo florecerá? Y si la goma sigue encima de él, se pudrirá todo.
- ¡Esto me lo merezco por jactarme tanto! - el asustado cactus rompió a llorar tristemente.  
 Se dio cuenta de su gran soberbia y de que el destino lo castigaba cruelmente. Las flores sabían que el cactus no bebe mucho líquido, pero cuando vieron cuantas lágrimas corrían por su cara verde, pensaron que se iba a quedar sin agua, deshidratar y que se marchitará antes de que lo ahogara la goma roja. Sintieron lástima por el entristecido cactus y trataron de consolarlo. La campanilla le tocó una canción alegre pensando que eso lo alegraría. Sin embargo, el cactus chillaba como si alguien le estuviese arrancando de la tierra con todo y raíces. Y nadie ni siquiera lo había tocado; sólo un globo.
La rosa lo interrumpió con voz firme:
- ¡Deja de llorar! Eso no te ayudará. Tenemos que pensar algo para salvarte. Debemos pedirle ayuda a alguien.  
- ¿A quién? ¿Quién me ayudará? ¡A mí nadie me quiere! - dijo el cactus secando su nariz espinosa con su pinchuda manga. Las flores empezaron a pensar, pero no se les ocurrió nada. La rosa llamó al perro que cuidaba la casa y le pidió:
- ¿Puedes quitarle esa cosa roja al cactus?
- Ante todo mi cadena es demasiado corta. Luego, yo no soy un gato para poder trepar - respondió el perro y se metió bien adentro en su casita. La rosa vio a la gata y le gritó:
- ¡Hola, gata!
La gata saltó enfadada y el gorrión al que acechaba voló rápido a la seguridad de la copa de un árbol.
-          ¿Qué pasa? - chilló la gata furiosa.
-          Sea buena y trata de quitar el globo que tiene encima el cactus - le pidió la rosa.
La gata se erizó:
- No estoy loca. Mis yemas son almohadillas suaves. Me heriría las patas y ya no podría andar. Yo no soy erizo así que no sé tratar con espinas - levantó su nariz y se fue a la sombra.
La margarita tocó a la puerta del caracol del jardín y cuando este asomó la cabeza, ella le pidió:
- Señor caracol, ¿puede usted ir al bosque en busca de un erizo?
- El caracol sacó sus cuernos y respondió:
- Lo haría con mucho gusto querida florecita, pero, y si corriera lo más rápido posible, al bosque llegaría en un año y aquí la ayuda se necesita lo más pronto posible.
- Tiene razón; ¡él es demasiado lento; el cactus necesita ayuda urgentemente! Necesitamos a un erizo. ¿Cómo llegar al bosque? - dijo la rosa pensativa. El cactus, que hasta entonces sollozaba tristemente, empezó a llorar a gritos. El gorrión de la copa de árbol voló a través de patio y llamó desde el techo:
- ¡Chío, chío! Estoy vivo porque tú, querida rosa, me has salvado de la gata. Yo ayudaría con gusto pero no sé cómo. Nosotros los gorriones somos más conocidos como pájaros urbanos. Nunca estuve en el bosque, ni siquiera he visto praderas o campos. Probablemente ni sabría orientarme allá y todavía menos encontrar a un erizo.     
- Pero puedes anunciar en el bosque que necesitamos que nos ayude un erizo - dijo la rosa. Eso lo puedo hacer sin problema contestó el gorrión y rápido emprendió el vuelo. La rosa le agradeció y lo saludó.
Mientras el cactus en el patio seguía llorando desconsolado y en voz alta y las flores le murmuraban compasivas palabras de consuelo, el gorrión volaba con la rapidez de una flecha sobre los techos, campos y praderas. Al borde de un gran bosque, vio un conejo que saltaba entre los troncos entrelazados y escogía las hojas de trébol más jugosas.
- ¡Buenos días, señor conejo! Yo soy el gorrión de un patio donde ocurrió un tremendo accidente y necesito ayuda. Mi amiga, la rosa blanca, está segura de que el señor erizo podría ayudarnos. ¿Conoces a algún erizo?
- El conejo levantó sus largas orejas, movió el hociquito, sacudió los bigotes y respondió:
- Es bueno ayudar a los amigos desdichados. ¡Y, para mí nada es más fácil que encontrar al erizo! ¡Espera aquí! ¡Ojalá esté en casa!
Luego, de unos cuantos saltos, se perdió en la profundidad del bosque. Su apartamento estaba cerca de un viejo roble en cuya planta baja, entre las raíces, el viejo erizo se había construido un acogedor estudio. El erizo era un vecino muy agradable. Nunca hacía ruido ni alboroto, y siempre saludaba cordialmente. Últimamente no lo había visto con frecuencia. El conejo tocó a la puerta y al oír “adelante”, entró y saludó amablemente:
- ¡Buenos días, apreciado vecino! No le he visto hace mucho tiempo.
Al viejo erizo le alegró la visita y abrió la puerta de par en par, invitándolo entrar:
- ¡Buenos días y a ti! ¿Puedo ofrecerte algo? Tengo pedazos de manzanas muy sabrosos. ¿O quizás puedo ayudarte de alguna manera?   
Justamente me envían donde usted con la noticia de que le necesitan urgentemente en el patio de la primera casa. Ocurrió algo malo y la rosa blanca considera que usted puede ayudar - dijo el conejo. El erizo se quedó pensativo preguntándose ¿de qué manera podría ayudarles?
Luego movió la cabeza y cabizbajo, dijo:
- Hace ya largo tiempo que ni siquiera salgo de la casa. He envejecido bastante, pero ¡no sólo que he envejecido sino que también estoy totalmente calvo! - se volteó y mostró su espalda al conejo.
El conejo, sorprendido, se estremeció. Nunca había visto a un erizo calvo. El vecino tenía sólo algunas espinas canosas al lado, y su lomo era brillante y liso.
- Así como estoy no me puedo defender ni del lobo ni del zorro. Estoy seguro sólo en la casa. Si salgo ahora, sería presa fácil de cualquier fiera. ¿Por qué tú no vas a ayudar a ese patio?
- Ellos le buscan justamente a usted, a un erizo.
- No puedo porque estoy calvo. Se trata de mi vida. No soy ni tan rápido ni tan diestro como tú. A mí, de las fieras me protegían las espinas, y ahora nada les impide acabar conmigo. Lo lamento mucho. En verdad quisiera ayudar.
Alguien tosió fuertemente y entreabrió la puerta. Se asomó la cabeza de una tortuga.      
- Perdónenme si molesto, pero justamente pasaba por aquí y créanme, muy de paso escuché su conversación. Conozco ese patio del que habla el conejo. En él pasé una linda época de mi infancia, y la rosa blanca siempre me ofrecía sus marchitos, pero sabrosos pétalos para el postre. Le ayudaría con muchas ganas pero no sé de qué manera, puesto que yo no soy erizo sino tortuga - dijo la tortuga.
El conejo se puso pensativo, y luego chasqueó los dedos como si se acordara de algo:
- Si yo fuera un zorro sabio, y no un simple conejo, entonces sugeriría, señora tortuga que por corto tiempo preste al señor erizo su caparazón para que él de manera segura vaya hasta el patio. Y usted quédese aquí, en su casita, mientras él llega.
La tortuga lo pensó, suspiró y aceptó diciendo:
- Créame que no aceptaría algo así nunca si no fuera por mi amistad con la rosa blanca. Ella merece que se le ayude. Y a usted, señor erizo, le pido por favor que cuide mi casita muy bien.
Luego, se quitó su caparazón detrás del biombo y se cubrió con un abrigo de hojas secas y cálidas.
- ¡Ahora parezco un caballero de la Edad Media! - dijo el erizo sintiéndose un poco incómodo en ese traje duro y óseo. Pero, también estuvo contento porque por primera vez desde hacía mucho tiempo salía de su aburrida casita. Andaba torpemente y su coraza lo apretaba mucho: esperaba con ansiedad quitársela. El conejo lo llevó hasta el campo donde lo esperaba el gorrión que, esperando, comía hasta hartarse los granos de trigo.
- Aquí está, te traje el erizo, y tú llévalo en adelante - le dijo el conejo al gorrión.
- La rosa dijo que ellos necesitaban un erizo y no a una tortuga rara. Si este es un erizo, yo soy una cigüeña - se echó a reír en voz alta el gorrión. El erizo suspiró y luego salió del caparazón. Cuando vio sólo algunas espinas en su espalda calva, el gorrión, avergonzado, puso sus alas sobre al pico y dijo:
- Perdone que no me haya dado cuenta en seguida de que usted en realidad es un erizo.
- Amigo, no es culpa tuya que yo me haya vuelto calvo tan pronto y ahora tengo que esconderme bajo el caparazón de la tortuga. Pero, como aquí ya no están mis enemigos, el zorro y el lobo, ya no la necesito. El conejo vigilará por aquí y nosotros vamos hasta ese patio para ver ¿de qué problema se trata?
El conejo les hizo señas con su patita, y el erizo, libre de su pesada coraza, se dio prisa para seguir al gorrión que lo llevaba hacia la rosa blanca. Pronto, el erizo se encontró en el patio, colándose a través de un hueco en la valla de madera que el gorrión sobrevoló.
- ¡Chío! ¡Chío! ¡Erizo! ¡Erizo! - anunció el gorrión que su misión había terminado con éxito y que había traído al erizo vivo y sano. Era calvo pero real.
El caracol del jardín miraba la gran frente desnuda en la espalda del erizo y se preguntaba ¿qué tipo de erizo era este; si fuese falso?, pero aguantó y no dijo nada.                            
La rosa se alegró mucho de que la ayuda hubiese llegado tan pronto y saludó cordialmente:      
      - ¡Bienvenido, señor erizo! Hemos hecho una gran búsqueda para encontrarlo. Seguramente no le fue fácil venir acá.
Sin su amiga la tortuga que me prestó su traje, no lo hubiera logrado. De paso, ella le saluda muy cordialmente.
- Oh, me alegra mucho que se acuerde de mí. Es un ser maravilloso. Admiro su valentía y nobleza por haber puesto su vida en peligro para ayudar a nuestro amigo cactus.
- ¿Al cactus? - preguntó el erizo calvo sorprendido. Hasta ahora nadie había mencionado al cactus. Entonces la rosa se lo muestra con la mano y él lo vio decaído. Sus hojas bajas ya estaban casi tiradas por el suelo. Impotente, sólo respiraba. Hasta sus lágrimas se habían secado. La rosa le explicó al asombrado erizo:
- Sobre él se perforó un globo y su brote se está ahogando. Si no se libra, él cactus también se secará. Nadie del patio puede quitarle ese desdichado globo de encima. Yo también tengo espinas, pero las de él son demasiado densas y afiladas para poder acercársele. Tienen que ayudarle de alguna manera - lloró al final la pálida rosa.              
- El erizo se rió con ganas:
- ¡Si yo he aprendido algo en la vida, es cómo lidiar con las espinas! ¡Para mí eso no es ningún problema!  
Luego, simplemente anduvo por encima del cactus, como si anduviese por una alfombra corriente. Subía y se metía a través de sus hojas verdes y espinosas, y en un momento llegó hasta el desdichado lugar del accidente rojo. Con los dientes mordió el fuerte hilo enredado alrededor de las hojas, suavemente levantó la parte del globo sobre el brote y luego tiró fuertemente lo pedazos de globo hasta que el cactus no estuvo completamente libre. Entonces bajó lentamente, con satisfacción dio una palmadita y dijo:
- ¡Listo!
En el patio reinó una alegría total. Las flores entusiasmadas empezaron a aplaudir. El cactus, lleno de felicidad y contento, abrazó y besó al erizo. Éste le agradeció y también con las manos, como el director de orquesta, calmó el bullicio de las flores:
- ¡Esto no ha sido ninguna obra heroica! ¡Los amigos se ayudan entre sí en los malos momentos! Ahora debo apurarme para devolver el caparazón a mi amiga tortuga. ¡Sin su ayuda no hubiera llegado vivo hasta aquí, ni hubiera podido salvar el cactus!      
El cactus se quedó pensativo por un momento y luego gritó:
- ¡Espera, erizo; amigo! ¡Se me ha ocurrido una idea! Mira, ¡toma mi hoja más ancha y más gorda! ¡Hela aquí, ésta que tiene las espinas más duras, más densas y fuertes! ¡Sujétala a tu cuerpo y podrás de nuevo, sin miedo a las bestias salvajes, pasear por el bosque!   
El erizo aceptó la oferta con entusiasmo. El cactus le ofreció una hoja grande. El erizo le quitó las espinas de la parte interior. Con el hilo del globo la ató a su espalda como si llevara una mochila y dijo:
- ¡Oh! ¡Muchísimas gracias, querido cactus! ¡Me salvas la vida!
- ¡No, tú salvaste la mía! ¡Y eso lo puedo agradecer a la querida rosa, cuya bondad antes no había apreciado! - dijo el cactus. La rosa modestamente movió la mano:
- ¡No ha sido sólo mérito mío, todos participamos en esto!
- Espero que acepten mis excusas, queridos amigos - el cactus se volvió primero hacia la rosa, y luego se inclinó hacia el resto de las flores.    
            Todos estaban muy emocionados y felices porque todo había terminado bien. El erizo saludó cordialmente sus nuevos amigos y con paso alegre, cruzó rápidamente la pradera hasta encontrarse con el conejo. Le contó qué tarea había tenido en el patio. El conejo observó al erizo desde la cabeza hasta los pies y dijo:
- ¡Señor vecino, puedo decirle que con esta densa peluca usted parece por lo menos diez años más joven!
Juntos empujaron el caparazón hacia la casita del erizo. La tortuga con impaciencia esperaba para ponerse de nuevo dentro de su agradable caparazón. A ella también le gustó la peluca del erizo. Más tarde todos los tres pasearon por el bosque hartándose con la sabrosa hierba. El erizo ya no temía a las bestias salvajes. Era suficiente volverse un ovillo para transformarse en una bola espinosa y las nuevas espinas lo protegían mejor que las  anteriores. La tortuga se puede meter en su coraza y el conejo tiene las patas rápidas así que fácilmente puede huir a su madriguera. Por eso conversaron relajados y pasearon hasta que cayó la noche. Concluyeron que en la vida es maravilloso encontrar amigos sinceros y verdaderos. Luego se dieron la mano y se saludaron muy cordialmente, partiendo a descansar muy satisfechos. Al retirase el sol, las flores del patio también se durmieron.
En la mañana, primero despertó la campanilla. Todavía todo estaba cubierto de rocío. Soñolienta, con sus estambres se frotó la nariz y miró alrededor. Abrió los ojos de asombro y en seguida, fuertemente puso el alarma. Las flores se sorprendieron.
-          ¡El cactus floreció! - voceó la campanilla. - ¡Miren su preciosa flor!
- ¡Sus pétalos son maravillosamente brillantes! - dijo la encantada margarita. La rosa sonrió con entusiasmo:
- ¡Nunca he vista una flor más bella!
El cactus se puso rojo. Todo el patio celebraba el nacimiento de su flor. Empezó a sentirse incómodo por tanto elogio a su brote recién florecido. Sin ellos y su ayuda, hoy ni existiera.
-¡Oh, por favor, no me admiren tanto! Pienso que todos ustedes tienen flores maravillosas. Me alegro por tener tantos amigos que se hayan sacrificado por mí. Nunca más seré soberbio y celoso. Y... yo nunca tendré tan maravillosa fragancia como usted, querida rosa. Ella es señal de su gran bondad y nobleza. Esta flor mía es una flor para todos ustedes, queridos amigos. Florecí en su honor - decía felizmente, casi llorando de emoción.
Y allá, después de las praderas y campos, en el bosque denso, el erizo revolcaba sin descanso las hojas secas. Encontró caída una manzana sabrosa, en la que se apoyó de espaldas y luego, a paso firme, siguió hasta la casa llevándola en sus fuertes espinas. Viéndolo con el orgullo que andaba, se enamoró de él una bonita hembra erizo que buscaba un marido bueno y trabajador. En seguida ella le agradó al erizo. El le regaló la manzana y ella reconoció que le gustaba su extraña y espesa melena y su valiente andar.
Se casaron esa misma tarde y el conejo y la tortuga fueron testigos. Hoy en día viven con sus numerosos descendientes en la casita al pie del roble, mientras que la rosa y el cactus florecen con sus lindas flores cada año al mismo tiempo en el mismo patio. El patio está repleto de abejas laboriosas y mariposas multicolores. Son ellas las que con mucho gusto y a través de la pradera y el campo, traen saludos y noticias hasta el bosque y el erizo. Y luego, del entonces erizo calvo y ahora buen marido y orgulloso padre, vuelan saludos de regreso al patio, hacia la rosa y el cactus. Ni la gran distancia puede disminuir una amistad sincera.                          




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