Zeljka Lovrencic, Diana Rosandić y el escritor boliviano Manuel Vargas. Bolivia, 2007.
Traducción
del croata: Željka Lovrenčić
Y....después
del largo invierno, por fin llegó
la primavera. El patio más exuberante en el último
rincón del pueblo floreció
pródigo. Las laboriosas
abejitas con las mariposas, volaban de una flor a otra disfrutando el oloroso y
dulce néctar.
La enredadera color violeta se trepó por la pared hasta el balcón y el sendero del huerto fue cubierto por
diminutas margaritas. El tierno cactus cerca a la entrada echó sus hojas,
empinándose; aspiraba llegar a las alturas. Sin embargo, traía descontento e
intranquilidad afirmando que era más bello que cualquier otra flor.
- ¿Cómo puedes decir que eres
más bonito que la rosa blanca? - preguntó desafiante la margarita. La
campanilla agregó:
- ¡Desde que llegaste te das
aires de grandeza!
¡Tú eres una simple planta
espinosa! - declaró el narciso amarillo y le dio la espalda. El cactus llenó su
pecho y lleno de soberbia dijo:
- ¡Yo no soy una planta
espinosa ordinaria! Además, y la rosa tiene espinas. ¡Ya verán cuando florezca!
La rosa blanca no quiso
participar en la discusión; eso no estaba a su nivel. Sin embargo escuchó que
los cactus no florecen a menudo, pero que su flor es de verdad maravillosa.
Ella nunca envidió a nadie y todas las flores le eran igualmente bellas; como
ella. Sin embargo, la gente que entraba al patio y aspiraba su olor, decía que
ninguna flor en el patio tenía un aroma tan embriagador y fragante, pero nunca
quiso alabarse por eso. Además, a ella le parecía que las pequeñas violetas
huelen mejor, sólo se encuentran mucho más abajo y no están, como ella, al
alcance de la nariz humana. Las violetas, sin embargo afirmaban que la rosa
blanca era demasiado modesta y que nadie se podía comparar con ella. Hasta le
proclamaron la reina de las flores y querían coronarla, pero la rosa no lo
permitió.
-
¡Yo
soy su amiga y no la reina!
- ¡Yo soy el rey, el rey de
todas las flores! ¡Verán cuando florezca! ¡Todos se inclinarán delante de mí! -
dijo el cactus enojado porque los elogios a la rosa lo ponían nervioso.
La rosa desde hacía días
notaba que en el tope del cactus había un brote verde que seguramente
florecería mañana o pasado mañana. Le interesaba mucho cómo sería: ¿rojo o
quizá rosado? Quizás sea blanco, como ella. Cualquier que sea su color, la flor
seguramente será maravillosa. Si este creído cactus fuera por lo menos un poco
más sencillo - pensó la rosa blanca y al crepúsculo cerró sus pétalos preparándose
para dormir. A su saludo por las buenas noches, contestaron todos menos el sombrío
cactus que le sacó su larga y espinosa lengua. Ella suspiró tristemente y agachó
la cabeza. Mientras se hundía en el sueño, queriendo consolarla, su amigo, el pequeño
caracol, bebió una lágrima de su mejilla blanca.
El otro día, al romper el
alba, mientras las flores dormían y la rosa todavía no se había lavado la cara
con las gotas del rocío matutino, ocurrió algo terrible.
- ¡Bum! - resonó una fuerte
explosión. La diminuta margarita, asustada, recogió sus pétalos. La rosa sacó
sus espinas; el narciso casi se cae; la violeta se puso azul; el pensamiento palideció.
La campanilla azul sacudió sus campanitas produciendo un ruido terrible y las
otras flores empezaron a chillar de miedo. Luego, todos callaron por temor y a
la expectativa.
De repente resonó la voz
emocionada del cactus:
- ¡Miren! ¡He florecido! ¡Por
primera vez en mi vida he florecido! ¡Miren la maravillosa flor roja, que tengo!
¡Miren lo bonito que soy! ¡A mí hasta se me oye cuando florezco; soy tan
especial y único! ¡¿No les decía qué seré el más lindo?! - fanfarroneaba y alardeaba estirándose en la
punta de los dedos para que todos en el patio pudiesen verlo.
Las flores se voltearon hacia
él con curiosidad. Sobre su cabeza en verdad había algo rojo ardiente. La rosa,
que era la más alta, se acercó y miró atentamente la flor del cactus. Luego de
corta, pero detenida consideración, tristemente bajó sus frondosos hombros
diciendo:
- Amigo, lamento tener que
decirte que esa flor no es tuya.
- El cactus, inquieto, empezó
a dar vueltas.
- ¿Qué no es? ¿Cómo qué no? ¡Tú
estás celosa porque he florecido y a ti se te caen los pétalos!
La rosa blanca movió la
cabeza:
- No, no estoy celosa. ¡Esto
que tienes encima no es una flor sino un globo, rojo y roto!
- ¿Un globo? - se sorprendió
el cactus.
- Probablemente algún niño descuidado
lo soltó y el globo voló. Voló toda la noche y en la mañana casualmente se topó
con una espina tuya y reventó - afirmó la rosa con voz seria.
- Entonces, ¿no florecí? - se
entristeció el cactus.
- Lamentablemente no -
respondió la rosa compasivamente.
En el patio comenzó el
alboroto. Las flores, que casi con ansiedad esperaron la desgracia del cactus, empezaron
a reírse y a burlarse de él. El avergonzado cactus empezó a llorar.
- No lo ofendan - pidió la
rosa en voz alta y cuando todos se tranquilizaron, dijo: - Ahora al cactus no
le será fácil. Veo que la goma del balón cubrió todo su brote. El brote debajo
de ese pedazo de goma elástica quedará sin oxígeno, sin sol y humedad; se
pudrirá y no florecerá.
-
¿Qué
dices? - se asustó el cactus.
- Desgraciadamente, la verdad.
Considéralo tú mismo - respondió la rosa. El cactus se entristeció porque sabía
que la rosa decía la verdad. Porque, la goma rota empezaba a ahogar su brote;
sensible y tierno. Aunque el globo fuese ligero, para la flor del cactus era una
carga muy pesada y él se dio cuenta que, si hasta mañana no se libraba de esa
peste de goma, su primer brote se marchitará para siempre y ¿quién sabe si
alguna vez de nuevo florecerá? Y si la goma sigue encima de él, se pudrirá todo.
- ¡Esto me lo merezco por jactarme
tanto! - el asustado cactus rompió a llorar tristemente.
Se dio cuenta de su gran soberbia y de que el
destino lo castigaba cruelmente. Las flores sabían que el cactus no bebe mucho
líquido, pero cuando vieron cuantas lágrimas corrían por su cara verde, pensaron
que se iba a quedar sin agua, deshidratar y que se marchitará antes de que lo
ahogara la goma roja. Sintieron lástima por el entristecido cactus y trataron
de consolarlo. La campanilla le tocó una canción alegre pensando que eso lo alegraría.
Sin embargo, el cactus chillaba como si alguien le estuviese arrancando de la
tierra con todo y raíces. Y nadie ni siquiera lo había tocado; sólo un globo.
La rosa lo interrumpió con voz
firme:
- ¡Deja de llorar! Eso no te
ayudará. Tenemos que pensar algo para salvarte. Debemos pedirle ayuda a
alguien.
- ¿A quién? ¿Quién me ayudará?
¡A mí nadie me quiere! - dijo el cactus secando su nariz espinosa con su pinchuda
manga. Las flores empezaron a pensar, pero no se les ocurrió nada. La rosa
llamó al perro que cuidaba la casa y le pidió:
- ¿Puedes quitarle esa cosa
roja al cactus?
- Ante todo mi cadena es
demasiado corta. Luego, yo no soy un gato para poder trepar - respondió el
perro y se metió bien adentro en su casita. La rosa vio a la gata y le gritó:
- ¡Hola, gata!
La gata saltó enfadada y el
gorrión al que acechaba voló rápido a la seguridad de la copa de un árbol.
-
¿Qué
pasa? - chilló la gata furiosa.
-
Sea
buena y trata de quitar el globo que tiene encima el cactus - le pidió la rosa.
La gata se erizó:
- No estoy loca. Mis yemas son
almohadillas suaves. Me heriría las patas y ya no podría andar. Yo no soy erizo
así que no sé tratar con espinas - levantó su nariz y se fue a la sombra.
La margarita tocó a la puerta
del caracol del jardín y cuando este asomó la cabeza, ella le pidió:
- Señor caracol, ¿puede usted
ir al bosque en busca de un erizo?
- El caracol sacó sus cuernos
y respondió:
- Lo haría con mucho gusto
querida florecita, pero, y si corriera lo más rápido posible, al bosque
llegaría en un año y aquí la ayuda se necesita lo más pronto posible.
- Tiene razón; ¡él es
demasiado lento; el cactus necesita ayuda urgentemente! Necesitamos a un erizo.
¿Cómo llegar al bosque? - dijo la rosa pensativa. El cactus, que hasta entonces
sollozaba tristemente, empezó a llorar a gritos. El gorrión de la copa de árbol
voló a través de patio y llamó desde el techo:
- ¡Chío, chío! Estoy vivo
porque tú, querida rosa, me has salvado de la gata. Yo ayudaría con gusto pero
no sé cómo. Nosotros los gorriones somos más conocidos como pájaros urbanos.
Nunca estuve en el bosque, ni siquiera he visto praderas o campos.
Probablemente ni sabría orientarme allá y todavía menos encontrar a un
erizo.
- Pero puedes anunciar en el
bosque que necesitamos que nos ayude un erizo - dijo la rosa. Eso lo puedo
hacer sin problema contestó el gorrión y rápido emprendió el vuelo. La rosa le
agradeció y lo saludó.
Mientras el cactus en el patio
seguía llorando desconsolado y en voz alta y las flores le murmuraban
compasivas palabras de consuelo, el gorrión volaba con la rapidez de una flecha
sobre los techos, campos y praderas. Al borde de un gran bosque, vio un conejo
que saltaba entre los troncos entrelazados y escogía las hojas de trébol más
jugosas.
- ¡Buenos días, señor conejo! Yo
soy el gorrión de un patio donde ocurrió un tremendo accidente y necesito
ayuda. Mi amiga, la rosa blanca, está segura de que el señor erizo podría ayudarnos.
¿Conoces a algún erizo?
- El conejo levantó sus largas
orejas, movió el hociquito, sacudió los bigotes y respondió:
- Es bueno ayudar a los amigos
desdichados. ¡Y, para mí nada es más fácil que encontrar al erizo! ¡Espera
aquí! ¡Ojalá esté en casa!
Luego, de unos cuantos saltos,
se perdió en la profundidad del bosque. Su apartamento estaba cerca de un viejo
roble en cuya planta baja, entre las raíces, el viejo erizo se había construido
un acogedor estudio. El erizo era un vecino muy agradable. Nunca hacía ruido ni
alboroto, y siempre saludaba cordialmente. Últimamente no lo había visto con
frecuencia. El conejo tocó a la puerta y al oír “adelante”, entró y saludó amablemente:
- ¡Buenos días, apreciado vecino! No le he visto
hace mucho tiempo.
Al viejo erizo le alegró la
visita y abrió la puerta de par en par, invitándolo entrar:
- ¡Buenos días y a ti! ¿Puedo
ofrecerte algo? Tengo pedazos de manzanas muy sabrosos. ¿O quizás puedo ayudarte
de alguna manera?
Justamente me envían donde
usted con la noticia de que le necesitan urgentemente en el patio de la primera
casa. Ocurrió algo malo y la rosa blanca considera que usted puede ayudar -
dijo el conejo. El erizo se quedó pensativo preguntándose ¿de qué manera podría
ayudarles?
Luego movió
la cabeza y cabizbajo, dijo:
- Hace ya largo tiempo que ni
siquiera salgo de la casa. He envejecido bastante, pero ¡no sólo que he
envejecido sino que también estoy totalmente calvo! - se volteó y mostró su
espalda al conejo.
El conejo, sorprendido, se
estremeció. Nunca había visto a un erizo calvo. El vecino tenía sólo algunas
espinas canosas al lado, y su lomo era brillante y liso.
- Así como estoy no me puedo
defender ni del lobo ni del zorro. Estoy seguro sólo en la casa. Si salgo
ahora, sería presa fácil de cualquier fiera. ¿Por qué tú no vas a ayudar a ese
patio?
- Ellos le
buscan justamente a usted, a un erizo.
- No puedo
porque estoy calvo. Se trata de mi vida. No soy ni tan rápido ni tan diestro
como tú. A mí, de las fieras me protegían las espinas, y ahora nada les impide
acabar conmigo. Lo lamento mucho. En verdad quisiera ayudar.
Alguien tosió
fuertemente y entreabrió la puerta. Se asomó la cabeza de una tortuga.
- Perdónenme
si molesto, pero justamente pasaba por aquí y créanme, muy de paso escuché su
conversación. Conozco ese patio del que habla el conejo. En él pasé una linda
época de mi infancia, y la rosa blanca siempre me ofrecía sus marchitos, pero
sabrosos pétalos para el postre. Le ayudaría con muchas ganas pero no sé de qué
manera, puesto que yo no soy erizo sino tortuga - dijo la tortuga.
El conejo se
puso pensativo, y luego chasqueó los dedos como si se acordara de algo:
- Si yo fuera
un zorro sabio, y no un simple conejo, entonces sugeriría, señora tortuga que
por corto tiempo preste al señor erizo su caparazón para que él de manera segura
vaya hasta el patio. Y usted quédese aquí, en su casita, mientras él llega.
La tortuga lo
pensó, suspiró y aceptó diciendo:
- Créame que no
aceptaría algo así nunca si no fuera por mi amistad con la rosa blanca. Ella
merece que se le ayude. Y a usted, señor erizo, le pido por favor que cuide mi
casita muy bien.
Luego, se
quitó su caparazón detrás del biombo y se cubrió con un abrigo de hojas secas y
cálidas.
- ¡Ahora
parezco un caballero de la Edad Media! - dijo el erizo sintiéndose un poco
incómodo en ese traje duro y óseo. Pero, también estuvo contento porque por
primera vez desde hacía mucho tiempo salía de su aburrida casita. Andaba
torpemente y su coraza lo apretaba mucho: esperaba con ansiedad quitársela. El
conejo lo llevó hasta el campo donde lo esperaba el gorrión que, esperando, comía
hasta hartarse los granos de trigo.
- Aquí está,
te traje el erizo, y tú llévalo en adelante - le dijo el conejo al gorrión.
- La rosa
dijo que ellos necesitaban un erizo y no a una tortuga rara. Si este es un
erizo, yo soy una cigüeña - se echó a reír en voz alta el gorrión. El erizo
suspiró y luego salió del caparazón. Cuando vio sólo algunas espinas en su
espalda calva, el gorrión, avergonzado, puso sus alas sobre al pico y dijo:
- Perdone que
no me haya dado cuenta en seguida de que usted en realidad es un erizo.
- Amigo, no
es culpa tuya que yo me haya vuelto calvo tan pronto y ahora tengo que
esconderme bajo el caparazón de la tortuga. Pero, como aquí ya no están mis
enemigos, el zorro y el lobo, ya no la necesito. El conejo vigilará por aquí y
nosotros vamos hasta ese patio para ver ¿de qué problema se trata?
El conejo les hizo señas con
su patita, y el erizo, libre de su pesada coraza, se dio prisa para seguir al
gorrión que lo llevaba hacia la rosa blanca. Pronto, el erizo se encontró en el
patio, colándose a través de un hueco en la valla de madera que el gorrión
sobrevoló.
- ¡Chío! ¡Chío! ¡Erizo! ¡Erizo!
- anunció el gorrión que su misión había terminado con éxito y que había traído
al erizo vivo y sano. Era calvo pero real.
El caracol del jardín miraba
la gran frente desnuda en la espalda del erizo y se preguntaba ¿qué tipo de
erizo era este; si fuese falso?, pero aguantó y no dijo nada.
La rosa se alegró mucho de que
la ayuda hubiese llegado tan pronto y saludó cordialmente:
-
¡Bienvenido, señor erizo! Hemos hecho una gran búsqueda para encontrarlo.
Seguramente no le fue fácil venir acá.
Sin su amiga la tortuga que me
prestó su traje, no lo hubiera logrado. De paso, ella le saluda muy
cordialmente.
- Oh, me alegra mucho que se
acuerde de mí. Es un ser maravilloso. Admiro su valentía y nobleza por haber
puesto su vida en peligro para ayudar a nuestro amigo cactus.
- ¿Al cactus? - preguntó el
erizo calvo sorprendido. Hasta ahora nadie había mencionado al cactus. Entonces
la rosa se lo muestra con la mano y él lo vio decaído. Sus hojas bajas ya
estaban casi tiradas por el suelo. Impotente, sólo respiraba. Hasta sus
lágrimas se habían secado. La rosa le explicó al asombrado erizo:
- Sobre él se perforó un globo
y su brote se está ahogando. Si no se libra, él cactus también se secará. Nadie
del patio puede quitarle ese desdichado globo de encima. Yo también tengo
espinas, pero las de él son demasiado densas y afiladas para poder acercársele.
Tienen que ayudarle de alguna manera - lloró al final la pálida rosa.
- El erizo se rió con ganas:
- ¡Si yo he aprendido algo en
la vida, es cómo lidiar con las espinas! ¡Para mí eso no es ningún problema!
Luego, simplemente anduvo por
encima del cactus, como si anduviese por una alfombra corriente. Subía y se
metía a través de sus hojas verdes y espinosas, y en un momento llegó hasta el
desdichado lugar del accidente rojo. Con los dientes mordió el fuerte hilo enredado
alrededor de las hojas, suavemente levantó la parte del globo sobre el brote y
luego tiró fuertemente lo pedazos de globo hasta que el cactus no estuvo completamente
libre. Entonces bajó lentamente, con satisfacción dio una palmadita y dijo:
- ¡Listo!
En el patio reinó una alegría
total. Las flores entusiasmadas empezaron a aplaudir. El cactus, lleno de
felicidad y contento, abrazó y besó al erizo. Éste le agradeció y también con
las manos, como el director de orquesta, calmó el bullicio de las flores:
- ¡Esto no ha sido ninguna obra
heroica! ¡Los amigos se ayudan entre sí en los malos momentos! Ahora debo
apurarme para devolver el caparazón a mi amiga tortuga. ¡Sin su ayuda no
hubiera llegado vivo hasta aquí, ni hubiera podido salvar el cactus!
El cactus se quedó pensativo
por un momento y luego gritó:
- ¡Espera, erizo; amigo! ¡Se
me ha ocurrido una idea! Mira, ¡toma mi hoja más ancha y más gorda! ¡Hela aquí,
ésta que tiene las espinas más duras, más densas y fuertes! ¡Sujétala a tu
cuerpo y podrás de nuevo, sin miedo a las bestias salvajes, pasear por el
bosque!
El erizo aceptó la oferta con
entusiasmo. El cactus le ofreció una hoja grande. El erizo le quitó las espinas
de la parte interior. Con el hilo del globo la ató a su espalda como si llevara
una mochila y dijo:
- ¡Oh! ¡Muchísimas gracias,
querido cactus! ¡Me salvas la vida!
- ¡No, tú salvaste la mía! ¡Y
eso lo puedo agradecer a la querida rosa, cuya bondad antes no había apreciado!
- dijo el cactus. La rosa modestamente movió la mano:
- ¡No ha sido sólo mérito mío,
todos participamos en esto!
- Espero que acepten mis
excusas, queridos amigos - el cactus se volvió primero hacia la rosa, y luego
se inclinó hacia el resto de las flores.
Todos
estaban muy emocionados y felices porque todo había terminado bien. El erizo
saludó cordialmente sus nuevos amigos y con paso alegre, cruzó rápidamente la
pradera hasta encontrarse con el conejo. Le contó qué tarea había tenido en el
patio. El conejo observó al erizo desde la cabeza hasta los pies y dijo:
- ¡Señor vecino, puedo decirle
que con esta densa peluca usted parece por lo menos diez años más joven!
Juntos empujaron el caparazón
hacia la casita del erizo. La tortuga con impaciencia esperaba para ponerse de
nuevo dentro de su agradable caparazón. A ella también le gustó la peluca del
erizo. Más tarde todos los tres pasearon por el bosque hartándose con la
sabrosa hierba. El erizo ya no temía a las bestias salvajes. Era suficiente
volverse un ovillo para transformarse en una bola espinosa y las nuevas espinas
lo protegían mejor que las anteriores.
La tortuga se puede meter en su coraza y el conejo tiene las patas rápidas así
que fácilmente puede huir a su madriguera. Por eso conversaron relajados y
pasearon hasta que cayó la noche. Concluyeron que en la vida es maravilloso
encontrar amigos sinceros y verdaderos. Luego se dieron la mano y se saludaron muy
cordialmente, partiendo a descansar muy satisfechos. Al retirase el sol, las
flores del patio también se durmieron.
En la mañana, primero despertó
la campanilla. Todavía todo estaba cubierto de rocío. Soñolienta, con sus estambres
se frotó la nariz y miró alrededor. Abrió los ojos de asombro y en seguida,
fuertemente puso el alarma. Las flores se sorprendieron.
-
¡El
cactus floreció! - voceó la campanilla. - ¡Miren su preciosa flor!
- ¡Sus pétalos son
maravillosamente brillantes! - dijo la encantada margarita. La rosa sonrió con
entusiasmo:
- ¡Nunca he vista una flor más
bella!
El cactus se puso rojo. Todo
el patio celebraba el nacimiento de su flor. Empezó a sentirse incómodo por
tanto elogio a su brote recién florecido. Sin ellos y su ayuda, hoy ni existiera.
-¡Oh, por favor, no me admiren
tanto! Pienso que todos ustedes tienen flores maravillosas. Me alegro por tener
tantos amigos que se hayan sacrificado por mí. Nunca más seré soberbio y celoso.
Y... yo nunca tendré tan maravillosa fragancia como usted, querida rosa. Ella es
señal de su gran bondad y nobleza. Esta flor mía es una flor para todos ustedes,
queridos amigos. Florecí en su honor - decía felizmente, casi llorando de
emoción.
Y allá, después de las
praderas y campos, en el bosque denso, el erizo revolcaba sin descanso las hojas
secas. Encontró caída una manzana sabrosa, en la que se apoyó de espaldas y
luego, a paso firme, siguió hasta la casa llevándola en sus fuertes espinas.
Viéndolo con el orgullo que andaba, se enamoró de él una bonita hembra erizo
que buscaba un marido bueno y trabajador. En seguida ella le agradó al erizo.
El le regaló la manzana y ella reconoció que le gustaba su extraña y espesa
melena y su valiente andar.
Se casaron esa misma tarde y el
conejo y la tortuga fueron testigos. Hoy en día viven con sus numerosos descendientes
en la casita al pie del roble, mientras que la rosa y el cactus florecen con
sus lindas flores cada año al mismo tiempo en el mismo patio. El patio está
repleto de abejas laboriosas y mariposas multicolores. Son ellas las que con
mucho gusto y a través de la pradera y el campo, traen saludos y noticias hasta
el bosque y el erizo. Y luego, del entonces erizo calvo y ahora buen marido y
orgulloso padre, vuelan saludos de regreso al patio, hacia la rosa y el cactus.
Ni la gran distancia puede disminuir una amistad sincera.
:) Hermosa historia.
ResponderEliminar